05 noviembre 2010

Canción de cuna de la noche y los tejados

Melancolía es un término que siempre estará íntimamente ligado a Sabina, y no sólo porque fijase su domicilio espiritual en la calle homónima; sino porque es una característica común a muchas de sus canciones. Este eterno derrotado nos ha ido relatando durante mucho tiempo todos sus desengaños.  Títulos como “Nacidos para perder”, “La canción de las noches perdidas”, “Nube negra”, bien pueden dar fe de ello. Cada una de ellas tiene su particularidad, su micromundo en el que se desarrollan. Además de todas ellas, hay una que podríamos considerar como el resumen de todas las anteriores, algo así como el manual del fracasado. Estoy hablando de “Canción de cuna de la noche y los tejados”.
“Esta es la canción
de los zapatos rotos, de la gente del montón,
la foto de carné
de cualquier hombre, de cualquier mujer.
La carambola
que casi salió,
la procesión
del Cristo del furgón
de cola.”
Desde el principio ya se hace un llamamiento público a los posibles destinatarios de estos versos. Es una canción para cualquiera que se pasea de brazos cruzados por su calle melancolía particular. No tiene nombre ni apellidos, porque si no dejaría de ser un cualquiera, y más aún, dejaría de ser un desafortunado. Esta canción es para aquellos que se abonaron al “casi”, el que los separa de la gloria, y siempre los deja del otro lado del escaparate, pegando sus narices en el cristal contemplando lo que querían tener y no pudieron conseguir.
“Ley de los sin ley,
rueda de peones para darle jaque al rey.
El bar
de la estación
es un hogar
para mi corazón.
Y las mujeres
miran y no ven
al forastero que no tiene quien
lo espere.”
Esta canción es para todos esos peones, que valientemente intentan darle jaque al rey, aún a sabiendas de sus limitaciones. Esos que intentan hacer un remake de la historia de David contra Goliath, y siempre se les estropea el final del cuento. También tienen cabida en esta canción, todos esos caminantes que no van a ningún sitio, pero no soportan la idea de estar quietos; y mucho menos solos. Encuentran su refugio en esos lugares tan llenos de gente pero tan vacíos de personas, como son los bares de las estaciones. Y, sobre todo, esta canción es para esos que por alguna extraña razón siempre son forasteros para las mujeres. Forasteros que siempre están esperando que se cruce ante sus ojos la mujer de su vida, y no se molestan en deshojar la margarita porque saben de antemano que les va a decir que no. Esos que nunca han marcado un gol, porque o bien no les pasaban nunca la pelota o siempre se metían en fuera de juego.
“Carne de cañón,
Sancho y Don Quijote, Mortadelo y Filemón,
tienda todo a cien,
pagas dos besos…y te llevas tres.
Cuatro caminos tiene el porvenir,
si me equivoco, se equivoca mi
destino.”
El destino siempre puede ser el aliado perfecto para justificar casi cualquier cosa, pero en esta canción no. Aquí se asume la fatalidad como propia, y no se mira al cielo para clamar contra alguien o algo; se mira al suelo, y con un poco de suerte te encuentras un charco para ver reflejado a ese culpable.
“Y el cielo es una plancha
de hormigón,
un animal con gafas
solo ante el televisor,
un docudrama
que termina mal,
un ángel que delira
en una cama
de hospital,
cantándole a la luna
la canción de cuna
de la noche y los tejados.”
Ese cielo al que antes hacía referencia, se nos muestra como una plancha de hormigón, una losa que pesa sobre nosotros y nos obliga a andar encogidos de hombros. El final de la canción no podía desmerecer a este gremio de perdedores, y nos coloca una escena final para representar gráficamente lo que no conseguiríamos hacer con mil palabras. Un animal con gafas sólo ante el televisor, es reducir a la mínima expresión el valor de alguien. Un docudrama que no solamente termina mal, sino que se alarga de mala manera. Un ángel delirando en una cama de hospital, es como tirotear cualquier tipo de esperanza. Si las canciones se pudieran llorar, esta sería una de ellas, y el protagonista sería un “hombre del traje gris…oscuro”.

1 comentario:

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