28 julio 2010

El blues de lo que pasa en mi escalera

Una de las cosas de las canciones de Joaquín que más me gustan, es la cantidad de historias cotidianas que narra acompañadas de notas musicales. La mayoría de ellas, son teóricamente anónimas. Digo teóricamente porque cada uno les va a colocando nombres y apellidos a todas esas fabulosas descripciones que Sabina hace. En ciertas ocasiones, se trata de la vida de una única persona; pero hay otras, como es esta, donde el protagonismo está muy repartido. Este blues va haciendo un repaso de todos aquellos compañeros de pupitre, de lo que apuntaban y de lo que al final consiguieron. 

Se centra, principalmente, en tres historias. La del cerebrito que parece que se va a comer el mundo antes de que le terminen de salir los dientes, la del desastre absoluto que, aparentemente, no sirve para nada; y la de la chica guapa que encandila a todo el mundo. A estas historias, hay que sumar la suya propia, aunque esa ya la conocemos todos bastante bien.
“El más capullo de mi clase (¡que elemento!)
llegó hasta el Parlamento
y, a sus cuarenta y tantos años,
un escaño
decora con su terno
azul de diputado del gobierno.
Da fe de que ha triunfado
su tripa, que ha engordado
desde el día
que un ujier le llamó su señoría
y cambió a su mujer por una arpía
de pechos operados.
Y sin dejar de ser el mismo bruto
aquel que no sabía
ni dibujar la o con un canuto.”
Empezamos con el más capullo de su clase, y, como la historia muchas veces se encarga de demostrarnos; muchos de ellos sorprenden por la posición que acaban alcanzando en la vida. La llegada al Parlamento es el mejor ejemplo, ya que hoy en día estamos bastante hartos de ver como los que “nos gobiernan” son gente sin escrúpulos y poquita educación. También vemos como muchos “capullos” son capaces de amasar grandes fortunas y se jactan de haberlo hecho sin haber tocado un libro en su vida. Estoy seguro, de que hay muchas veces en las que lamentan no haberse leído al menos la constitución, para no acabar dando con sus huesos en la cárcel.
“El superclase de mi clase (¡que pardillo!)
se pudre en el banquillo
y, a sus cuarenta y cinco abriles,
matarile,
y a la cola del paro
por no haber pasado por el aro.
Vencido, calvo y tieso
se quedó en los huesos
aquel día
que pilló a su mujer en plena orgía
con el miembro del miembro (¡que ironía!)
más tonto del Congreso.
Y sin dejar de ser el mismo sabio
que, para hacer poesía,
sólo tenía que mover lo labios.”
Si anteriormente hemos hablado del zoquete que consigue “triunfar” en la vida, ahora tenemos que hablar del caso contrario. El superclase que únicamente ha conseguido coleccionar títulos con matrícula de honor, que el único servicio que le han dado ha sido poder colgarlos de la pared. En estos casos resulta desalentador ver como el talento y el esfuerzo no sirven de nada. Aquí, más que nunca, cobra todo su sentido el dicho de que “nadie se hizo rico trabajando”. Hay gente muy inteligente, y gente muy lista. Si combinas las dos cosas si que es probable que te conviertas en un magnate, si no, probablemente los segundos se aprovechen de los primeros.
“La más maciza de mi clase (¡que cintura!)
cotiza la hermosura
y, a sus cuarenta y pico otoños,
hasta el moño
del genio del marido,
huyó con otro menos aburrido.
Tanto ha prosperado que un Jaguar ha estrenado
el mismo día
en que la divorció de la utopía
un talón con seis ceros que le había
firmado un diputado.
Y sin dejar de ser la seductora
bruja que escondía
bajo la falda una calculadora.
Y aquí tenemos a la última protagonista, la más maciza de la clase. Con ellas, el futuro es mucho más impredecible, ya que su principal activo es algo que con el tiempo se va devaluando (salvo operaciones milagrosas). Seguramente muchos las podamos encontrar en Telecinco, dentro su enorme abanico de programas “culturales”. Aquí también suele haber sorpresas, y la naturaleza se encarga de convertir a las princesitas del colegio en señoras que intentan adelgazar comprando en la Teletienda; o bien de hacer que las ranas se conviertan en princesas, en este caso. 

Esta canción termina con un invitado de lujo, Rosendo, que se encarga de ir finalizando todos los versos que Sabina comienza diciendo “Por cantar…”.

2 comentarios:

  1. Buen artículo, nunca había diseccionado de esa manera las canciones de joaquín, aunque sus letras siempre me hacen pensar.

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  2. Hola David.. Paso a darte un gran besote y decirte.. MILES DE GRACIAS... he visto tu comentario y tengo que decir que me he emocionado... jjeje.. eres un gran tipo...

    Ya estoy de vacaciones y vendré a visitarte más a menudo... besotes de buenas noches y lindos amanecer...

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